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viernes, 17 de octubre de 2014

La noche y sus entresijos

Como buen estudiante Erasmus, me he comportado bien y he cumplido mi cometido. Después de salir todas y cada una de las noches que llevo aquí,  veo de recibo describiros que pasa en Milán cuando se pone el sol a la hora de los valientes.

Milán es una ciudad cara, y el mundo de la noche no iba a ser menos. Lo siento por los italianos, pero están jodidos. Y digo los italianos, porque gracias a la fantástica disposición de nosotros los extranjeros por y para la fiesta, tenemos convenios con todas las discotecas según que día de la semana.

Empecemos por el principio, 'pre-game'. Milán acoge con suma gratitud a los alcohólicos en sus calles, eso sí, nada de cristales. El botellón esta permitido, total, cuando llegue el frío nadie se va a atrever a beber fuera de casa. Ahí es cuando aparecen los afortunados que vivimos en piso. Dado que somos estudiantes, nos engañan con los pisos y convierten los salones en otra habitación, por lo que los copeos por ende se trasladan a los pasillos (nadie se la juega a dejar beber en su cuarto).
Y dirás, ¿y luego como vas hasta los locales si bebes en casa?  Porque claro, el transporte público tiene el mismo horario que en Madrid, el último a la 1 y hasta mañana a las 6 no me vuelves a ver.  Aquí entra en escena una de las grandes sorpresas de estas semanas.



Como os comentaba antes, por ser de la ESN tenemos ciertas ventajas, siendo la primordial y más útil la de las discotecas. Somos unos cuantos privilegiados que entramos por 1 euro sin consumición, o por 10 euros con 2 o 3 consumiciones según el sitio. Tu, no te cueles, que eres italiano, para ti 20 pavos con una copa. Eso sí, para beneficiarnos de tan suculento caramelo tenemos que entrar antes de la 1. Ahí está el truco piensas, como en España ¿no? Pues si, salvo con un matiz. Y es que según pagas y entras, junto con las consumiciones te ponen el sello. Según te lo ponen, te das la vuelta y te largas a seguir con lo tuyo. La primera vez he de decir que me dio hasta vergüenza. Pero así es como funciona, están acostumbrados a los Erasmus.

Pasan las horas y se nos va acabando la bebida. Habrá que entrar a intercambiar estos papelitos por algo de beber. Bien, garrafón. Pero aquí le han dado la vuelta, el garrafón lo meten en la mezcla. Ron con Coca-Cola per favore. Aquí se estila el habana 5, no me disgusta. Hasta el segundo hielo en un vaso de cóctel si tienes suerte, si no de cumpleaños. ¿Coca-Cola has dicho? Agarra una manguera con botonadura, marca un código y del extremo empieza a salir un líquido a borbotones hasta llenar el vaso. ¿Que pides limón? Misma manguera. Lo mismo para la naranja.

Con la copa en una mano y ganas de moverte por los ríos que confluyen en el centro de la disco, empieza a estorbar la chaqueta que, hasta ahora, no he necesitado sacar de casa ni un día. Caprichos del tiempo, que también dará que hablar. Pero esto es Milán, aquí hace frío por definición. Prometo no volver a quejarme cuando en Madrid dupliquen el precio del ropero de 1 a 2 euros. Aquí saben hacer negocios. Dejar tu flamante abrigo invernal con el cual sobrevives a los botellones en pleno Enero te costará entre 5 y 10 euros, según la noche, el garito o el antojo del dueño del armario. Ahora presto más atención al parte meteorológico cuando salgo de fiesta que cuando salgo a navegar.

La noche avanza y con ella la fauna que habita en la pista de baile. Os puedo asegurar que si os secuestran y os meten en una discoteca italiana a partir de las 3 de la madrugada no te das cuenta de que estas en el extranjero. Los españoles somos los únicos habitantes de esa oscura franja horaria cuya banda sonora es el reggaeton. Si es que hasta el DJ en esas horas es español, para que nos sintamos como en casa. Que considerados.

Cierras, recoges tu abrigo, subes las escaleras, abres moovit, enganchas a 4 o 5 y ALÉ! para casa. Que mañana es viernes, toca Alcatraz.



JG Dixit

martes, 7 de octubre de 2014

Milano è grigia.

Y es que Milán es una ciudad gris. La míres por donde la míres. De arriba a abajo, de izquierda a derecha, no se salva nada ni nadie.

Después de una semana en territorio lombardo, ya he empezado a esbozar una sonrisa cuando el sol ilumina los charcos. Si, charcos, porque no se si será porque riegan los adoquines, o porque el agua emana entre las grietas del subsuelo, o porque llueve cuando nadie le ve. El caso es que por A o por B las calles solo están secas debajo de los soportales.

No puedo decir que llueve siempre, o todos los días. Pero es esa actitud amenazante de diluvio que te inflige un cielo gris tupido la que te hacer dudar si sacar el paraguas o la canoa. Es esa fina lluvia que mientras crees que te acaricia, te cala hasta lo más profundo del alma. Es un constante gris nuboso sobre el skyline norteño, que a la noche torna en una bruma espesa digna de cualquier novela de Sherlock Holmes.

La noche, otra gran incomprendida entre las cualidades italianas, pero eso ya es otro post.

Mientras tanto, paso bloques y bloques en autobuses gratuitos para llegar al campus industrial. Y es que ya podréis adivinar de que color es cada uno de los edificios de entre 5 y 10 pisos que acogen,  afinados entre sus muros,  a los que serán mis vecinos los próximos dos años.

JG dixit

miércoles, 1 de octubre de 2014

Primeros pasos.

Llevo cuatro días y todavía no tengo sábanas. No podría resumir mejor el tiempo que llevo en Milán.

Aún así todavía puedo decir que todo ha ido sobre ruedas. Y eso ya es mucho decir dada la velocidad que rige la vida en italiano. Efectivamente, viven en "Slow Motion". Ya puedes armarte de paciencia que hasta para servirte un café necesitan 10 minutos. Eso sí, el café es magnífico.

Nada me hacía sospechar la primera tarde, cuando en apenas una hora tenía ya mi tarjeta de teléfono italiano, indispensable para sobrevivir. Primer objetivo, cumplido.

Y llega el Lunes, donde gracias a la seguridad de la Banca Online casi me quedo sin las llaves del piso. Puedo dormir en la calle, pero eso sí, mis ahorros estarán a buen recaudo en sus unidades virtuales. Suspiramos y seguimos. Y es que no hay nada más descorazonador que una nevera vacía. Bueno sí, una copa sin hielos, pero eso tiene peor solución. Tan desoladora era la imagen que volví a los brazos de mi habitación de hotel para disfrutar en ella de una segunda noche.

No se como debí organizarme el día de ayer que al final acabé en un Decathlon buscando sabanas. Y como he ido haciendo hasta hoy, tan pronto buscaba sábanas como me acordaba que no estaría mal llenar la despensa. Y eso implica buscar un sitio donde tengan con que llenarla. Y amigos, resultó que ese sitio no estaba precisamente cerca. Después de cruzar Milán cargado como una mula con remolque, he buscado y buscado remedios, ya os los contaré a su debido tiempo.

El caso es que aquí me encuentro, tras una siesta de dimensiones épicas, a falta solo de unas sábanas y unas toallas para estar oficialmente instalado. Y es que Ikea, siguiendo sus costumbres, solo instalan sus tiendas a mas de 20km del centro de cualquier ciudad, y aquí no van a ser menos. Podría haber solucionado ese "Match Ball" esta mañana, pero como ya os he dicho, aquí la gente se mueve a velocidad x0,3 y la administración pública atiende a dicha premisa.

Y es que tras planchar la cara contra la almohada (sin funda) alrededor de las 6 a.m. esta mañana, a las 10 estaba en la oficina de turno para obtener un documento indispensable para ser alguien en Milan, el codice fiscale. Y si me lo hubieran dado, pues todavía hubieras merecido la pena dormir sin sabanas, pero noooooo, no me lo iban a dar la primera, quien me creo yo que soy.

Así que volveremos mañana a seguir dando calor, pero esta vez más temprano. Y es que no voy a cometer el mismo error que ayer. Esta noche, en vez de volver a casa a las 6 de la mañana, voy a ir directamente a la oficina, para no esperar cola. Y así además no vuelvo a dormir sin sábanas. Dos pájaros de un tiro.


JG Dixit